El próximo miércoles 7 de mayo, la Capilla Sixtina del Vaticano será el escenario de uno de los eventos más solemnes y reservados del mundo: el inicio del Cónclave para elegir al 267º Sucesor de Pedro. Durante esos días, el emblemático recinto permanecerá cerrado al público, mientras la atención global se concentra en la elección del nuevo líder espiritual de más de 1.300 millones de católicos.
El Cónclave, considerado un deber, una responsabilidad y un honor para los cardenales menores de 80 años, únicos con derecho a voto según la normativa eclesiástica, se rige por reglas estrictas diseñadas para garantizar el secreto y la independencia del proceso. Desde el siglo XV, los cardenales electores quedan completamente aislados del exterior, celebrando hasta cuatro votaciones diarias dentro de la Capilla Sixtina, bajo la vigilancia de la tradición y la historia.
La jornada inaugural comenzará con una solemne misa presidida por el Decano del Colegio Cardenalicio. Posteriormente, los 133 cardenales electores; la cifra más alta en la historia de los cónclaves, se dirigirán en procesión a la Capilla Sixtina, donde entonarán el himno Veni Creator Spiritus e invocarán la guía del Espíritu Santo. Tras la orden “Extra omnes” (“¡Todos fuera!”), solo los cardenales permanecerán en el recinto, prestando juramento de secreto y compromiso de actuar con sabiduría.
Ese primer día se realizará una única votación, en la que nueve cardenales serán elegidos al azar para desempeñar los roles de escrutadores, recolectores y verificadores de votos. Cada elector escribirá en latín el nombre de su candidato en una papeleta y la depositará en la urna, pronunciando una fórmula solemne de conciencia ante Dios.
Para que un cardenal sea elegido Papa, se requiere una mayoría de dos tercios de los votos. Si no se alcanza consenso el primer día, a partir del segundo se celebrarán hasta cuatro votaciones diarias. Tras tres días sin acuerdo, se ordenará una jornada de oración y reflexión. Si después de 33 votaciones persiste la falta de consenso, se realizará un balotaje entre los dos candidatos más votados, manteniendo siempre la exigencia de la mayoría calificada.
Una vez alcanzada la elección, el nuevo Papa será invitado a aceptar el cargo y a elegir su nombre pontificio. Las papeletas serán quemadas, y el esperado humo blanco anunciará al mundo la designación del nuevo Pontífice. Tras la oración y el homenaje de los cardenales, el elegido se revestirá con los ornamentos papales en la llamada “Sala de las Lágrimas”, antes de salir al balcón de la Basílica de San Pedro para el histórico anuncio del “Habemus Papam” y la bendición Urbi et Orbi.
Este Cónclave, marcado por la diversidad y el legado de Francisco, promete ser uno de los más impredecibles y globales de la historia reciente de la Iglesia católica