Por Alejandro Zapata Perogordo

Se tardó treinta y dos años y volvió, estábamos conscientes de que en algún momento llegaría. Lo hizo exactamente en el aniversario del fatídico temblor de 1985, en la misma fecha en que se acostumbra realizar un ejercicio simulado para el caso, como si hubiese sido invocado hizo su aparición dejando a su paso miedo y desesperación; agitación, impotencia y desorden; muerte y destrucción.

Incrédulos escuchamos las dolorosas noticias, como suele acontecer nos agarró por sorpresa, los vídeos corrieron por doquier, las televisoras dieron cuenta de los edificios colapsados, los incendios presentados, y siguieron paso a paso de las desgarradoras escenas de lo que estaba ocurriendo en la Ciudad de México, a la par de Puebla, Morelos, Chiapas, Oaxaca y Guerrero.

En medio de tanta tristeza y dolor el pueblo de México se solidarizó, tal como lo hizo hace más de tres décadas, sin dudarlo, inmediatamente se puso a trabajar en tareas de rescate, se organizó en labores para sacar con vida de entre los escombros a sobrevivientes atrapados, entre otros, a los niños de una escuela en ruinas, esperando como única y la mayor recompensa, salvar las vidas de nuestros hermanos damnificados.

Todos como hormigas: sacando piedras, removiendo tierra, cargando cubetas, buscando personas, otros llevando víveres, agua y comida, los rescatistas bien plantados con las camillas y ambulancias, los hospitales prestos a atender a los heridos, habilitaron albergues e inclusive la telefonía y servicios de transporte se prestaron de manera gratuita.

Las historias ejemplares, dramáticas con emotivos y espectaculares desenlaces, nos conmovieron, nos hicieron sentir el orgullo nacional. Los actos heroicos de unir esfuerzos para salvar vidas es un objetivo superior y trascendente, más allá de cualquier diferencia.

La desgracia volvió a unir a los mexicanos en una causa común, el sufrimiento, la convivencia con la muerte, la cercanía con el dolor y la angustia de la impotencia frente al inagotable vigor, tesón y permanente ayuda de miles de personas, nos convocó a la reflexión.

¡Tantas cosas por corregir y enmendar, tanto que arreglar, tanto que componer, tanto por que llorar, tanto por que sonreír, tanto por que luchar!

Nunca como en estas circunstancias se necesita de la solidaridad y ahí estuvo, en este mundo materialista el momento fue paradigmático y contrastante, pues todos fuimos a dar.

¿Después de la catástrofe, sigue la reconstrucción? Difícilmente puede quedar meramente desde el aspecto físico, el examen de conciencia que acompañó a los trágicos acontecimientos nos permiten ver otras perspectivas, ángulos que ya se habían olvidado, valores que creíamos desterrados y ánimos que estaban perdidos, en síntesis, la identidad y el nacionalismo son el verdadero inicio de una real reconstrucción, el grano de arena que cada quien puso, nos puede permitir formar esa gran montaña de la mexicanidad.