Por Alejandro Zapata Perogordo
En medio de una profunda crisis que afecta al país, una de las mayores en la historia contemporánea, que versa con el sistema y la pérdida de valores, aunada a sus efectos de inseguridad, violencia, corrupción y todo lo que ello implica, que para superarla se requiere unidad nacional y consensos, paradójicamente se inicia de manera formal la contienda por la presidencia de la República, que trae consigo división y confrontaciones.
En esta ocasión el reto es mayúsculo, pues no se trata simplemente de quien puede ocupar ese alto cargo, la discusión ahora debe centrarse en el ¿para qué y cómo?, pues queda claro que el rumbo por el cual transita el país es insostenible.
Ahora que en el fondo se han definido las candidaturas de las diferentes fuerzas políticas, dígase Meade por el PRI, Andrés Manuel por Morena y, Anaya por México al Frente, aunque deberán guardar las formas revestidas de precampañas -cuando menos los dos últimos así lo han anunciado-, nadie duda que aparecerán en la boleta, todo mundo lo da por hecho y, a menos que ocurra algo inusitado serán quienes encabecen las respectivas alianzas.
En su paso por obtener las respectivas candidaturas, dejaron en el camino algunos heridos, ya sea por decisiones propias o de sus partidos, pero en los hechos ahí están liderazgos que se sienten dolidos, esa será su tarea inicial, acreditar la capacidad en un país fragmentado e insatisfecho, el desafío y la mayor de las interrogantes se presenta en determinar ¿Quién de los tres será capaz de impulsar un proceso de unidad y reconciliación nacional?
En estos momentos críticos donde la unidad y los acuerdos son esenciales para sacar adelante el país, nos vamos a enfrentar a un proceso de profunda división en la lucha por el poder, donde además observamos de inicio proyectos encontrados, independientemente de sus características y estilos personales, por lo tanto, los simpatizantes de unos u otros según se identifiquen defenderán sus posturas, de donde se prevé una confrontación acompañada por la división social.
Cada fuerza política y candidato comienzan a incursionar al terreno de las descalificaciones, procurando las simpatías del hartazgo social frente al régimen y con ello afianzar el voto antisistema, en este renglón juegan todos, incluyendo los que aspiran a ser independientes, desde luego el oficial también manda señales de cambio intentando poner tierra de por medio y deslindándose de las pifias de la actual administración, ya veremos pronto los resultados.
Además falta por ver desenlaces que son susceptibles de impactar en las propias campañas: la economía; la negociación de TLC; el caso Odebrecht; el efecto Margarita y el Bronco; como algunas otras contingencias que sobre la marcha aparecerán.
El panorama no pinta sencillo, pues aún que existe la coincidencia entre todos de impulsar un cambio profundo en el régimen, no queda completamente claro el rumbo que cada uno propone, circunstancia que tendrán que afinar, pues no basta incursionar en la zona de sumas y restas a través de una legítima estrategia de descalificación, es esencial destacar los puntos de reconstrucción nacional que cada uno abandera, que no sea solamente una contienda política más, sino el cauce de reflexión, deliberación, debate y determinación sobre los grandes problemas que padece el país y el camino para definir el futuro, ese es el reto.